Los que pudieron, continuaron trabajando virtualmente; los que no, lo pasaron muy mal. El desabastecimiento en los supermercados y el alza de precios removieron malos recuerdos de los días coronavíricos de hace tres años, pero esta vez vimos cosas inéditas: intentos de saqueo de algunos comercios, suspensión del servicio de agua en la mitad de la capital debido a la ocupación y toma delictiva de la presa que la surte, y bloqueos, muchos bloqueos.
Así se les llamó a los cortes, o piquetes, de carreteras principales, vecinales y calles de ciudades y pueblos. Todo el estropicio hizo pensar a algunos fuera de Guatemala que los bloqueos, esas «manifestaciones pacíficas por la democracia» como los llamó la prensa colaboracionista local e internacional, fueron multitudinarios. Pero no. Se trataba de grupos de decenas de individuos, a veces centenas, en muchos casos con rostros cubiertos con pasamontañas y palos en las manos, que se conducían como las turbas suelen hacerlo, es decir, con la violencia de los cobardes que en horda hacen lo que jamás harían en solitario, y con el rencor de los envidiosos, que en las revueltas encuentran lo que el sapo en charco lodoso.
Mientras tanto, durante esas dos semanas tristes, en la sala de mi casa que hace también las veces de estudio y oficina, reventaron veintiocho capullos de orquídea. Cada día, al despertarme y después de agradecer y ofrecer el día a Dios, venía a verlas y me encontraba con dos o tres flores nuevas. Hoy es 22 de octubre de 2023, y dos racimos de orquídeas de color violeta se lucen en todo su esplendor. Bellas, bellísimas, se apiñan quince en una rama, y trece en la otra.
A todo esto, los bloqueos han menguado casi por completo, la represa ha sido liberada y con eso también el suministro de agua a la ciudad. La cotidianidad, con la fuerza vital que la caracteriza, ha regresado. Pero al otro lado del mundo, en el Oriente Próximo, se ha desatado un conflicto que puede ser el inicio de una conflagración cuyos alcances aún no alcanzamos a vislumbrar.
Ancianos y niños secuestrados, bebés degollados, mujeres violadas en grupo, familias expulsadas de sus casas o de lo que queda de ellas, feligreses en sus iglesias y enfermos en sus camas de hospital asesinados con bombas… todo mientras politicastros y terroristas buscan solo servir sus agendas y objetivos, jaleados por los infaltables corifeos que vomitan incesantemente basura propagandística en favor y en contra de los unos y los otros.
Ante tanta maldad y tanto sufrimiento infligido a los más débiles, a los más pobres, por los poderosos de este mundo, ¿qué hace esta mujercita alardeando de una maceta floreciente en su estudio? ¿El mundo parece irse por el caño y tú, Karen de mi vida como me dice alguno, escribes sobre orquídeas, tus orquídeas? ¿A quién le importan tus orquídeas cuando aquí, allá y acullá están asesinando inocentes y disponiéndose a incendiar lo que sea menester si con eso se aseguran la toma o la conservación del poder?
Pues bien, a la que le importan las orquídeas está ahora mismo escribiendo estas líneas mientras escucha composiciones de Ludovico Einaudi y Howard Shore, entre otros, y aspira el aroma de una varita de incienso japonés. Es domingo, y más tarde irá a Misa, una en la que se canta gregoriano. Toda esta belleza visual, auditiva y hasta olfativa es un desafío a la fealdad del afán de poder, de la falta de escrúpulos para hacerse con él, de la inmoralidad de apelar a la simpleza de los lerdos para utilizarles.
No nos confundamos: el hombre que agredió a una pareja de ancianos en Tecpán blandiendo un palo, el adolescente gazatí que escupió sobre el cuerpo torturado e inconsciente de una chica israelí —horribles escenas que hemos visto en redes estas últimas semanas—, esos dos, y tantos otros como ellos, tienen el compás moral dañado sí, pero su nimiedad ética, aunque inexcusable, es comprensible. A los tontos siempre se les ha utilizado. La maldad más honda radica en aquéllos que les hacen bullir de odio y se aseguran de mantenerles en ese estado, y que a su vez son lacayos del enemigo de todos, ese que mal paga a los que bien le sirven.
Por eso a la vileza, que en tanto crueldad es siempre apestosa y repugnante, planto cara con la hermosura de mis orquídeas y con la belleza del amor. Del amor que me suscitan estas flores, del amor que le tengo a mi casa que más que un techo es un hogar, del amor que me inspiran mis patrias chica y grande que más que terruños son lares del corazón, y, por supuesto, del amor que desde mi pequeñez y poquedad le tengo a mi Señor, la Belleza misma, y Origen y Propósito de todo cuanto es.
***
Notarás que me he posicionado ya para tomar parte en la guerra, porque milicia es la vida en esta tierra, como dice el Apóstol. Pero no libro mis batallas con armas de fuego, ni en la arena política, ni en el ámbito del activismo en calles, plazas y redes. Con las primeras tengo nula experiencia; siempre me dieron repelús. La segunda me atrajo un tiempo, pero requiere una dedicación y un tiempo que hoy no puedo ni quiero darle. Al tercero sencillamente soy refractaria: me repugna la sola idea de humillar a otros, perjudicarles adrede, o tomar parte en estériles intercambios de insultos.
Pero estoy llamada a dar la lucha. Tú, igual. Y tu mamá también. No debemos sustraernos a ella, pensando que estamos exonerados de ir al frente las mujeres, las amas de casa, los ancianos, los tullidos del cuerpo o del alma. Nos toca combatir, porque la maldad viene con todo, y viene por todo lo que amamos. Así que bien puestos hemos de estar para librar nuestra parte en la batalla, primero doblando las rodillas, pero también inclinándonos sobre un libro, una estufa, un teclado de computadora, una cuna, un escritorio, una tabla de planchar ropa, o un macetero repleto de orquídeas color violeta.